Se despertó y descubrió que estaba preso y sin fuerza en los brazos y en las piernas como para emprender la huida. Probó entonces a gritar, a llorar, diciéndose que no perdía nada por hacerlo; y al cabo de un rato, ante sus ojos, apareció un rostro. Así fue como puso cara a sus secuestradores, pues eran dos.
Durante
los siguientes días estuvo poniéndolos a prueba de diversas formas hasta
constatar, con profunda satisfacción, que tenía el poder en los pulmones y
ellos el punto débil en los oídos, llegando incluso a ponerle un chupete que él
pronto aprendió a escupir.
En cuanto al
síndrome de Estocolmo, eso fue algo después.
Según he leído el título me ha sido inevitable pensar en dos personas: Hitler y el niño que cuida una de mis amigas.
ResponderEliminarEn cuanto tu relato: no me ha podido gustar más... Los bebés son sin duda mucho más sabios de lo que creemos los adultos.
Un abrazo.
jajajaja qué óomico !!!!!!!!los bebes te pueden llevar a eso y a mucho mas
ResponderEliminarsaludos