Bernardo, el
tonto del pueblo, cuando llegó la guerra, fue alistado como el resto de los
mozos; desde entonces hemos llorado su pérdida en silencio, aunque quizás la de
Bernardo no tanto como debiéramos.
Hace unos días
vimos un hombre saliendo del bosque, apenas una sombra, que solo cuando se
desprendió de la niebla descubrimos que era él. No tenía buen aspecto y
enseguida empezó a hacernos daño todo lo que decía; pero las lágrimas que los
vencedores nos prohibieron, las palabras que solo un tonto se ha atrevido a
decir, han acabado por cambiarnos por dentro.
Y por los
mozos, y por nosotros, y porque en la cara de Bernardo vuelva a nacer su
sonrisa tonta e inocente, salimos hoy a la calle portando antorchas, marchando
en silencio hacia la casa grande de la colina.
El fuego siempre ayuda a recuperar lo perdido o, al menos, a sentirnos un poco mejor.
ResponderEliminarSaludos,
J.
¿Y horcas?
ResponderEliminarHorcas, fuego. Sí, también yo veo todo eso, y una turba de gente que avanza.
ResponderEliminarGracias por los comentarios