Mientras la barca se desliza sobre
las negras aguas que ahora rodean Venecia, añora los buenos tiempos de la
Peste, cuando estuvo en boca de todos y fue dueña y señora. Entonces, aunque se
llevó a millones, siempre hubo alguien que logró escapar de sus manos, no como
ahora; ¿quién habría podido imaginar que el hombre se aniquilaría a sí mismo,
alterando el clima y haciendo que los mares ascendieran?
Sin trabajo, mortalmente cansada, ha
decidido que el fin la encuentre cerca de la ciudad hundida, es entonces cuando
ve la estatua que coronaba el Campanile y sonríe: está milagrosamente seca.
(borrador para
esta propuesta de ENTC, en el enlace se puede
leer que el texto final que escribí con Belén Sáenz, juntas estábamos bajo el
seudónimo de Aserejé)
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