No
era caro, esa es la verdad, pero era preciso tener tiempo para especificar
punto por punto todo lo que se deseaba.
Había
que responder a los cuestionarios que superaban el centenar de preguntas,
hablar y pasar el examen de los psicólogos, torear a los insaciables
comerciales que durante todo el proceso permanecían a tu lado, ver millares de
fotos para atar bien todos los cabos. Tanto era así que no pocos clientes se
perdían en el proceso y no podían, transcurridos algunos días, concretar qué
habían pedido, qué pagaban o en qué acabaría todo aquello.
Una
vez que se tenía la lista completa de especificaciones, la oficina estética
solo tenía que programarlo y tenerlo listo para la última cita, en la que el
cliente convenientemente sedado y anestesiado era internado en la cápsula que
hacía la operación, operación de la que salía por su propio pie, con otro
cuerpo y otro rostro, listo para integrarse en esa sociedad en que la belleza
se había democratizado, con un cuerpo muy parecido al de millones,
indistinguible incluso, pero bello y grácil.
Algo me suena :P
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