Llevaba dos días subido en la moto, pero parecían cientos. Cubiertos de polvo, irreconocibles, habíamos subido y bajado dunas; habíamos atravesado valles; habíamos escapado de no pocas trampas; habíamos visto caer a algunos compañeros y los habíamos ayudado. La carrera más dura del mundo bien valía todo aquello y yo, una vez más, tenía la ocasión de disfrutarlo.
Hasta el momento, mis ojos resecos, clavados en el suelo del desierto, escudriñándolo, no habían tenido la ocasión de admirar el paisaje; sin embargo ahora, mientras esperaba la asistencia, levanté la mirada. En ese momento el espacio me aplastó, la soledad me cercó, el sol y la sed me quemaron las entrañas. Fui pequeño, insignificante; estaba solo y perdido, nadie podía ayudarme. Y empecé a llorar como no lo había hecho desde hacía años.
(microrrelato publicado en la Antología V Premio Orola “150 autores, 150 vivencias”)
Quizá estaba a punto de encontrarse.
ResponderEliminarBesos
Una situación desesperante, sin duda.
ResponderEliminarBesos.
Algo así le pasó a Nani Roma, experto motociclista del Dakar. Un día entró en crisis y todos vimos las imágenes que tomaron desde el helicóptero. Angustiosas, porque como no era nada técnico no debían de bajar, pero estaban al acecho, a la espera de que superase el momento de pánico.
ResponderEliminarMe impactó bastante.
Un beso y gracias.
Luisa, reflejas bien lo que debe ser perderse en la nada, en el desierto. Con unas condiciones infrahumanas en el que el paso del tiempo juega en contra. Es cierto que el Dakar es una de esas pruebas que lucha contra la naturaleza y a veces, se puede perder.
ResponderEliminarMe gustó la originalidad del tema que tratas y como lo haces.
Un abrazo.
Impresionante retrato de la soledad, de la insignificancia humana en medio de una naturaleza arenosa, en mitad de un desierto inhumano. Por cierto, 110 kilos de polvorones son muchos kilos, Luisa!
ResponderEliminarMe encanta, Luisa, has plasmado un momento mágico, el encuentro del hombre con la inmensidad, un pánico que seguro precede al entendimiento de muchas cosas. Me gusta mucho todo, la estructura en dos párrafos tan definidos, hacia fuera y hacia dentro.
ResponderEliminarUn abrazo
El momento de la verdad, cuando el ser humano se da cuenta que solo es una mota de polvo en un desierto de arena.
ResponderEliminarBesos desde el aire.
PD. Cuando vuelvas a por más polvorones, jeje, no se te olvide probar las rosquillas y las palmeras y luego me cuentas...
Tengo ya un problemon con los polvorones; no puedo pensar en nada más.
ResponderEliminarMe alegro que os guste el micro.
Mandé 3, este quedó seleccionado y lo recuperé de este modo; porque los otro los perdí en un nefasto accidente "informatico". Una pena.
Y un beso, gracias.
Algunas situaciones extremas nos recuerdan lo pequeños que somos y lo solos que estamos. Precioso final. Enhorabuena por la publicación. Un beso.
ResponderEliminarSofoca esa sensación de soledad, que al final no es más que el reencuentro con uno mismo. Bien plasmado, Luisa. Enhorabuena por la recopilación de la que tu relato forma parte.
ResponderEliminarLuisa, para no repetir lo dicho por los compañeros me quedo con la frase " mis ojos resecos, clavados en el suelo del desierto, escudriñándolo" que me hacen pensar que has montado en moto. Y hay que hacer copia de los datos en el ordenador (jeje)
ResponderEliminarNo soy motera pero soy "paquete", paquete de motero por vocación para más señas.
ResponderEliminarTodas las actividades en la naturaleza tienen eso, nos hace encontrarnos, aunque a veces asuste.
ResponderEliminarBesos!
Me gusta como con una serie de frases rápidas no llevas hasta el final donde se siente esa soledad y lo solo y perdido que se encuentra.
ResponderEliminarBesitos
No me extraña que se sintiera pequeño, ahí tirado en medio de la nada.
ResponderEliminarEspero que no siga llorando, por eso de la deshidratación, digo.
Un saludo.
Qué pensa, estuvo a nada de entender la esencia de la vida.
ResponderEliminarUn saludo!
Sentir nuestra propia insignificancia ayuda a poner las cosas, todas las cosas, en una perspectiva ajustada.
ResponderEliminarCon este micro consigues que el lector lo sienta, Luisa.
Enhorabuena.
Un abrazo.
Casi se le ve empequeñecerse a medida que lees.
ResponderEliminarQué bueno es llorar cuando no te queda mas que eso.
Abrazos.