Salgo
de la consulta del médico con la sentencia de mi madre retumbando entre mis
sienes. Cuando llego a la puerta de su habitación, he logrado contener las
lágrimas que pugnaban por salir y empiezo a buscar en mi cerebro una idea, una
historia, algo para distraerla una tarde más; y entonces, de repente, sé
exactamente qué le hará sonreír y también que querrá detalles, todos los del
mundo.
Necesito
un poco de tiempo. La enfermedad que se instaló en casa no me ha dejado
soñarle, hace demasiado que no pienso en ese hombre con el que quisiera
compartir mi vida, ¿cómo era? A pesar del dolor, escarbo en mis sueños, lo
pienso, lo veo, invento nuestra primera cita, sé qué me gustó de él y que no,
hasta sonrío al ensayar la frase “quizás, mamá, sea él”.
Y,
parapetada tras la última mentira, entro en la habitación.
(microrrelato presentado al concurso que se convocó
con motivo de la XII Quedada Microrrelatista celebrada en Sevilla)