Durante algún tiempo
estuvieron todas con todas, en una orgía inmensa; hasta que aquella mano empezó
a toquetearlas, como no lo había hecho nadie, memorizando sus huecos y sus curvas. Ellas se dejaron
hacer, curiosas, hasta que fueron encajando suavemente las unas en las otras y,
en una posición horizontal de lo más decente, dieron forma a una reproducción
de Las Meninas de unas mil piezas.
29 de diciembre de 2014
22 de diciembre de 2014
Siendo coherente
En realidad esto del amor
no tenía ninguna lógica, contigo nada lo tenía. Más cosas podías comprar, más
minimalista querías ser. Más platos entre los que elegir, más dieta alegabas.
Más frío, más minifalda. Más calor, botas y foulard sin dudarlo.
Fuese cuestión de modas o no, lo que he aprendido de ti
es que siempre haces lo contrario.
Ahora, un poco más listo, te pregunto: ¿qué tendría que
hacer para que me quisieras: irme con otra, pegarte, insultarte, mirar a otro
lado? ¿Por qué no, sencillamente, me pones fácil esto del amor, algo que puede
ser muy complicado?
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18 de diciembre de 2014
La función
Tras hacer callar al odiado
despertador, se quedó un par de minutos más remoloneando en la cama, como de
costumbre. Le pareció sentir entonces como un silencio expectante pero, incapaz
de saber a qué se debía, apartó las mantas y se incorporó. Oyó entonces un
murmullo ahogado al tiempo que sentía el peso de muchas miradas, pero no quiso
darle importancia, nunca lograba despertarse del todo hasta que tomaba una
ducha.
Ya en el baño se despojó del pijama
y llegó hasta él, ahora sí, una dolorosa mezcla de carcajadas y aplausos. De un
salto se metió en la bañera y corrió la cortina. Atónito, aovillado, esperó a
que el silencio volviese a ganar terreno; sin embargo, superando el ruido que
hacía el agua, llegaron hasta él algunas frases y bromas en relación con su
apariencia física.
Más tarde, no más tranquilo pero sí
intentando no encorvarse o dar pistas sobre el miedo que sentía, tuvo la
oportunidad de revisar cada uno de los rincones de su casa acompañado de un
susurro que repetía sin cesar: “pero ¿se puede saber qué busca?”. Desayunó un
café solo, como siempre, al tiempo que una voz opinaba sin pudor: “no parece
ser la mejor forma de empezar un nuevo día”. Escogió un traje, escuchó un
“buena elección” y acabó saliendo de casa el ritmo de unos gritos que parecían
como de animadoras.
Cuando varias horas después volvía a
entrar por la puerta, agotado y perplejo, incomprensiblemente rodeado de palmas
y vítores, fue al dormitorio directamente y se metió en la cama. Esperó que se
hiciera el silencio y dijo en voz alta, con la mayor autoridad y tranquilidad de
la que fue capaz, “ha sido un inesperado placer, pero les agradecería que
mañana no volviesen”.
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15 de diciembre de 2014
Un cuadro
Cogidos de la mano, con las sonrisas
de oreja a oreja, frente a una casa, al lado de lo que parecían ser un coche y
un árbol, el papá, la mamá, el hijo y el perro asistían impasibles al
tristísimo espectáculo de todas las tardes, ése que esta vez acabaría
salpicando el cielo azul, luminoso y dorado, que había sobre sus redondas
cabezas, en el que podía verse una nube perfectamente blanca y algunos pájaros
como acentos.
Al cabo de un rato de golpes, quejas y ayes se hizo el
más absoluto de los silencios. Mientras las salpicaduras de sangre resbalaban y
manchaban la casa blanca y el sol amarillo, el papá, la mamá y el hijo
siguieron sonriendo. Sólo el perro había desaparecido. Y es que la mano
infantil, ahora inerte y ensangrentada, lo había arañado en su frustrada huída,
apresándolo con las uñas de sus pequeños dedos.
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11 de diciembre de 2014
Imperturbables
Mirando
desde el mar, las olas no podían comprender la quietud de la que hacía gala la
costa; incluso, cuando arreciaba el viento y la lluvia caía con fuerza,
aquellas piedras, las más grandes y las más pequeñas, las montañas y la arena,
permanecían aparentemente quietas.
Y, mientras las olas curiosas
escudriñaban la frontera con la tierra y la lamían intentando erosionarla
sembrando un germen de dudas, no se daban cuenta de que ellas eran esclavas de
un eterno vaivén, no se daban cuenta de que ellas eran desde siempre las
mismas.
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8 de diciembre de 2014
Desencuentro en la playa
El verano estaba lleno de contrastes: mi deseo
ardiendo bajo la sombrilla, tu mirada helada sobre la toalla.
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4 de diciembre de 2014
Arcoíris
Regordeta como pocas empezó a deslizarse inmediatamente hacia abajo y, mientras unas se le unían y otras indiferentes la dejaban pasar, una pregunta estaba en el aire: ¿lograría llegar al final o se consumiría antes?
El acompasado sonido de la lluvia era la mejor banda sonora para su avance, pero muy pronto pareció evidente que perdía masa demasiado rápido.
Sin embargo, ocurrieron dos cosas inesperadas: algunas gotas se le sumaron cuando el chaparrón arreció y un dedo infantil la señaló dándole un protagonismo y una importancia hasta ese momento inimaginables.
Así, cuando la gota llegó a la parte inferior de la ventana y desapareció, todo había cambiado: la pequeña gigante lucía una sonrisa, algo extraño, y es que acababa de decidir que iba a dejar de llorar por la pérdida de sus padres, que de las lágrimas se encargasen las nubes, las verdaderas profesionales.
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1 de diciembre de 2014
Pesadillas
El reloj comenzó a sonar insistentemente a eso de las
seis y media de la mañana. Como un autómata se levantó. Una ducha rápida, un
afeitado para salir del paso, un peinado sin gracia y un café. Todas las
mañanas desde hacía años repetía los mismos pasos mientras la radio difundía un
soniquete de noticias muy parecido al del día anterior.
Media hora después salía del portal, con la noche aún
en las calles, en dirección a la parada del autobús y a un despacho infame y
sin ventanas. Dos montones de folios sobre la mesa, dos columnas de expedientes
tramitados y por tramitar, que entraban y salían de aquel cuarto empujados por
un bedel que no le saludaba y que con los años había adquirido, como el despacho,
como los folios, como él mismo, un triste y enfermizo color gris.
Después se enfrascaba en su trabajo, intentaba no
pensar en nada, hasta que llegaba la hora de comer ese rancho soso tras el que
volvía al despacho, en el que se quedaba hasta que el reloj de pulsera empezaba
a sonar para sacarle del sopor e indicarle que debía de volver a casa.
Lo paró, pero el reloj siguió sonando.
“Ha sido una pesadilla”, se dijo mientras lo apagaba,
para después, como un autómata, levantarse, una ducha rápida, un afeitado para
salir del paso, un peinado sin gracia.
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