Siempre recordaré cómo anticipaban su
llegada los gritos de los niños, el modo en que los hombres se descubrían la
cabeza mientras las mujeres se secaban las manos o estiraban el delantal.
Impresionante. Después llegaba usted, con su séquito, repartiendo a partes
iguales amenazas que querían parecer simples quejas, el recuento de los favores
aún por pagar o una sonrisa si no tenía nada que decir. Todos le miraban pero
yo, ¿nunca se dio cuenta?, yo le estudiaba; lo cierto es que nunca le temí,
simplemente le he tenido envidia y ese ha sido el único deseo que ha guiado mis
pasos: llegar a ser como usted. Unos pasos que han sido una copia fiel de los
suyos. Una terrible falta de imaginación, he de admitirlo. Pero ¿no encuentra el
paralelismo aún?, sí, creo que sí, en sus ojos he visto el destello de la
comprensión, acaba de saber quién mató a su hijo y por qué; lamento que se
entere ahora y de esta manera justo cuando mis manos empiezan a apretar su
cuello, como creo que usted hizo en su día, sin darle tiempo a que ni una
mísera lágrima resbale por sus mejillas.
(microrrelato
inspirado en la imagen)