Maldigo el día en que mezclé la suerte que habían de
correr mis poemas con la de un ministro contra el que se levantaría un pueblo.
Mis palabras quemadas, perdidas (“yo soy un hombre… y también lloro”) y sin
embargo la poesía, esa mujer desconocida (“¿qué es poesía?”) vuelve a rodearme
de un “rumor de besos” y de un “batir de alas”. Así es como domo las palabras,
las retuerzo y vuelven mis rimas, que fecho y guardo junto a mi pecho.
Fue después, en ese Madrid moderno por el que
circulaban los tranvías, cuando mis pulmones, curtidos en mil batallas,
pierden. Me descubro “todo mortal” y acabo yéndome un día en el que hasta el
Sol se apaga en el cielo. Y es con mi muerte donde empieza la leyenda, un
cuento; y son mis amigos, que publican desordenados mis versos, quienes cuentan
una historia de mí que no soy completamente yo pero que, curiosamente, me
convierte en ese rostro que te mira desde un billete.
(microrrelato
escrito para al concurso “Personajes de Sevilla”, cuyo protagonista es Bécquer,
concurso ganado por Ana Grandal con este estupendo micro: “El peso de la conciencia”)