Harta
de ser la última de las vocales, de estar en la cola para todo, se apuntó a
clases de pilates y fue a un taller de corte y confección.
Fueron algunos meses de trabajo
callado y constante alegando una preocupación por su peso y una afición que
estaba muy lejos de tener; pero al final llegó el día en que, estirándose con
suavidad, logró que sus extremos se tocasen hasta poder coserlos, comprobando
que estaba aceptablemente cómoda y, lo que era mejor aún, que el cosido parecía
poder aguantar durante un tiempo. Se miró entonces en el espejo y la imagen que
encontró en él la llenó de satisfacción: aquello era más de lo que se había
atrevido a soñar nunca.
Ahora, con su nuevo aspecto, podría hacer realidad la ansiada
venganza: introducirse en algunas palabras en lugar de su odiosa compañera y,
más tarde, descoserse. Sí, sería genial poder infiltrarse en vocablos como…
bala, paré, mala o pata.
Las dos últimas sílabas le
arrancaron una carcajada y, antes de darse poder evitarlo, los hilos cedieron y
volvía a ser la misma.