La nave sufrió un largo y penoso viaje. Vacía, silenciosa
y fría había cruzado el cosmos, huyendo del planeta hacia otro que alguien
había calificado de habitable. No había ningún humano en ella y sólo un tercio
del banco genético de especies que a éstos les hubiese gustado lanzar al
espacio; no, nada había salido como estaba previsto.
Después, eones de tiempo después, cuando la Tierra sólo era un punto
gris girando alrededor de un cadáver, la nave aterrizó suavemente en una
superficie nueva, donde ahora nos encontramos, se abrió como una crisálida y
extendió su extraño polen, el germen de todas las vidas que somos, punto desde
el que creció todo este caos, seguros de que si hubiera llegado uno sólo de
aquellos seres o el banco hubiese estado completo, las cosas serían de otro
modo y nos sentiríamos dioses y no, como somos, gusanos.