Con
frecuencia, cuando salgo de la ducha, descubro a mi sombra y a mi reflejo
charlando amigablemente, cada uno a un lado del espejo.
Pero
ayer, al ir a secarme, no me di cuenta que él había escapado hasta que usaron
la toalla para apresarme y obligarme a ocupar su lugar. Desde entonces, soy yo
quien espera a que entren en el baño para ser, durante algunos minutos al día,
alguien.
He
de decir, si soy justo, que mi reflejo tiene buen aspecto y que se lo
agradezco. En cuanto a mi sombra, nada podrá impedir nunca que lo vea todo
negro, que se sienta sola, que me mire con curiosidad y me vea, como ella,
huérfano.
Es
la historia de siempre. Mi imagen y yo o yo y el original que reflejo, juntos e
intercambiables; y a nuestro lado, esa sombra que, quizás sin proponérselo, da
continuidad a estos canjes.