Durante toda la noche (una fría y sin estrellas, como
parecen que lo son todas desde que decidiste irte) el perro (el que te regalé,
el que te negaste a llevar contigo cuando te fuiste, el animalillo lloroso,
baboso y lleno de manías absurdas que no educamos nunca) no paró (como tampoco
yo paro de pensarte, de odiarte, de echarte de menos, de quererte, de decirme
que no, que ya no, para volver a empezar a darle vueltas y a pensarte) de
ladrar (algo que me gustaría poder hacer yo, ladrar, aullar, gritar en la noche
el dolor de tu ausencia, sentir que los otros me responden, hablar del amor y
del desamor, dejar de sufrirte solo, de quererte solo, de echarte de menos
solo; alborotar y que llegue a tus oídos y que alucines y que pienses, sólo una
vez más, si hiciste bien en irte, que pienses y te convenzas de que has de
volver, de que estamos mejor juntos).
Durante toda la noche el perro no paró de ladrar.
Y yo, en silencio, como siempre.
Cada uno expresa los sentimientos a su manera; a veces se entremezclan entre ellos, coexiste uno y su contrario.
ResponderEliminarBuen relato, Luisa
Un abrazo