Era grande, mucho más de lo que
había imaginado. Entendió en ese momento por qué quien le cogía de la mano se
había negado a contarle más cosas, por qué había insistido en que era mejor
verlo.
El animal tenía una respiración
ronca y profunda, que se podía oír desde bastante lejos. Además, con cada
inspiración, al hincharse, lamía todo lo que le rodeaba y después, mientras
parecía soltar el aire, dejaba tras de sí un rastro de espuma para justo
después empezar a crecer de nuevo, como si quisiera comerte.
El niño levantó la cabeza:
-¿Y cómo dices que se llama, papá?
-Mar.
Y el pequeño se puso muy contento,
pues el nombre que habían puesto al animal era el de la niña que le gustaba. Él
era azul, del mismo color que sus ojos; y curiosamente, estando allí, sólo con
mirarlo, notaba el mismo cosquilleo en el estómago que cuando, cogidos de la
mano, salían a jugar juntos en el recreo.
(microrrelato incluido en “Menguantes”, libro que puedes descargarte en
este enlace)
Qué imaginación la tuya. Me ha encantado.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Precioso y mágico. Muchas felicidades.
ResponderEliminarQué bonito, Luisa.
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