—No
sé por qué los escribes, qué placer encuentras en hacerlo —repitió ella.
Durante años le intenté explicar que
eran como la vida, detalles que suman: el frenazo de un camión ante un niño que
cruza la carretera, la mirada con la que me conquistó aquel día, una carcajada
o un golpe de tos, la ráfaga de aire que voltea el paraguas, un recuerdo
volviendo machaconamente a la memoria, la descarga que puede producir un roce
de piel, el odio materializándose en un disparo, la pizca de sal en las
comidas, la orden del general, el último movimiento con el que se gana una
partida de parchís, el soplo de las velas de una tarta de cumpleaños, la caída de
una lágrima,...
—Mis microrrelatos son así —concluía siempre—,
instantes de vida.
Tiempo más tarde ella
salía de casa dando un portazo y hoy he de confesar que tenía razón en al menos
una cosa: no todo son instantes, sin ir más lejos, olvidarla y aprender a vivir
sin ella es una ardua tarea que no parece terminar nunca.
Me suena mucho esta conversación.
ResponderEliminarComo siempre, me ha encantado tu relato.
Besicos muchos.