Para nuestra sorpresa, el ilusionista que se nos había
anunciado parecía ser un conejo con un pequeño sombrero de copa y una zanahoria
a modo de varita. Empezaba ya a sentir cómo los murmullos de enfado y protesta
crecían a mi espalda cuando el animal, en unos de sus torpes paseos por el
escenario sin perder su perpetua e irónica sonrisa, ante nuestra incredulidad y
sorpresa, dio paso a un hombre con esmoquin, una mujer especialmente atractiva,
una mesa con un tapete y dos sillas, unas cuantas barajas, una jaula grande y
cuadrada sobre un soporte de ruedas, una caja más con un par de cuchillas
ensartadas, un amplio juego de cuerdas y pañuelos y no menos de veinte espadas
de buen tamaño, junto a todo lo que a buen seguro no estaba a la vista.
Siempre que nos dejamos guiar por las apariencias pasan este tipo de cosas...
ResponderEliminarSuerte,
J.