El
sonido de los gritos y las carreras consiguió que algunos de los soldados se
animasen llegando incluso a asomar la cabeza; pero la mayoría solo cambiamos de
postura, aletargados por el frío y el hambre. Después, mucho más cerca que
ayer, oímos el reparto de comida entre aquellos que habían participado en la
escaramuza, insultos y carcajadas que sí consiguieron que los más fuertes se
levantasen y empezasen a huir por la trinchera en dirección contraria. Y es que
difícil estar hambriento sabiendo que ya no vas a encontrar nada, pero mucho
más complicado resulta admitir que tu cuerpo servirá para mitigar el hambre de
los menos escrupulosos de tu bando.
(microrrelato publicado en el número 13 de
la revista Plesiosaurio que tiene, ahí es nada, tres
volúmenes; los microrrelatos están en el volumen 2, entre los cuales está este)
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