Mientras le vendaba los ojos, el
verdugo soltó una risita en su oído. Fue ese trato vejatorio el que hizo que el
condenado, que nada tenía que perder, alzase la voz indicando que quería poner
una reclamación alegando una mala atención al cliente, un fallo en el servicio
y un trato denigrante. El asunto se complicó de forma sustancial con la
cantidad ingente de testigos que se encontraron.
Hoy, tres años y cinco meses
después, va a cerrarse el caso con una gran repercusión mediática, el verdugo evitará
un expediente disciplinario a cambio de pagar una indemnización a la víctima,
quien ya ha firmado un contrato con una editorial para escribir, desde un punto
de vista intimista e introspectivo, su larga experiencia como sicario.
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