Me prometí leerle un cuento todas
las noches, como soñé siendo un chiquillo que alguien me hiciera; y aprendí que
adultos y niños no interpretan las historias del mismo modo. Cuando leí
Caperucita, recordé a mi hermana enfrentándose a los viejos verdes que querían
comérsela; mientras él imaginaba una princesa durmiendo, lloré de nuevo a mi
madre en coma a la que ningún beso despertó nunca; más tarde, junto con
Cenicienta, llegó mi tía esclavizada para pagar las facturas. Aunque lo peor
fue confirmar, cuando nos abandonó, que yo nunca sería el Príncipe Azul que su
madre quería.
(microrrelato
para una propuesta de Esta noche te cuento, esta)
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