Todas las jóvenes casaderas de la región esperaban
grandes cosas de aquel torneo en el que, como era costumbre y les habían
contado, los caballeros harían gala de nobleza, riquezas y habilidades. Sin
embargo, transcurrida la jornada, solo podían ver hombres heridos gritando como
nenas, bravucones con la cabeza gacha y guerreros caídos, presos de sus muy
vistosas y pesadas armaduras, pataleando como cucarachas.
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