Ayer, cuando
entré en casa, un aroma delicioso invadió mi pituitaria. Poco después encontré
un rastro de extraños objetos y deliciosos regalos que me guiaba hacia el
dormitorio, y no pude evitar sonreír con mi ya habitual media sonrisa. ¿No es
curiosa la vida? Mi marido, el mismo del que había estado pensando separarme
hace tan solo unas semanas, parecía haber preparado algo más que una cena. ¡Con
todos los cambios que había sufrido el mundo que conocíamos, que habíamos
sufrido nosotros mismos! Allí estábamos, contra todo pronóstico, juntos, una
pareja feliz en una sociedad cada vez más desestructurada y fragmentada.
Me estaba acercando
ya al dormitorio; incluso puede que, rodeada de aquel irresistible olor, hasta
empezase a gemir un poco. Emocionada y feliz, deseando saber cuál era mi
sorpresa, rompí la puerta de la habitación para comprobar que él había empezado
a comer sin esperarme; sin embargo pronto descubrí que no había razones para un
enfado, no cuando nuestra comida era la vecina del quinto, una jovencita pechugona bastante fresca
Menuda sorpresa!!!
ResponderEliminarUn abrazo.
Me pido pechuga, jajaja
ResponderEliminarBesos, Luisa
Buena elección, Torcuato. Rica rica.
ResponderEliminarSin embargo, te diré que la del trasero es muy parecida al jamón
¡Dios mío! Creo que paso de cenar...
ResponderEliminarUn abrazo.
A pesar de que el título avisaba, la sorpresa surge igual, en una cena aderezada con humor negro.
ResponderEliminarUn abrazo, Luisa
Sorpresa sobre sorpresa. Muy ingenioso, me gustó.
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