Abrí los ojos y… me quedé de piedra, literalmente. ¿Era una gárgola, en serio? y aquello ¿era la torre Eiffel? ¿Cómo mierda ha ocurrido? Oigo ruido a mi espalda (joder, que no puedo girarme), como un arrastre de pies, y aparece una cabeza horrenda. ¿Quasimodo? ¡Ostia, si se te parece!, y empiezo a acordarme de todo, porque… me acuerdo.
Me acabo de dar cuenta (de hecho
caigo ahora) de que en la ración a la que me invitaste había un anca de rana
que sabía distinta (un poco amarga), ¿recuerdas que te lo comenté?, tú dijiste
que las ancas eran como las endivias, que siguiera comiendo y poniéndome gorda
(un chiste de los tuyos), yo acabé con el plato masticando insultos para caer
dormida justo después.
Supongo que, ahora, de piedra y
delgadita, no tendré la suerte de que vengas a verme y pueda dedicarte una
cagarruta.
(microrrelato
escrito para el Monstruoscopio, ronda 2, de Esta noche te cuento; había algunas condiciones que cumplir:
un conflicto (“te despiertas y eres una gárgola de Notre Dame”), unas palabras
obligatorias (“un anca de rana”) y un tono determinado (gamberro, simpático);
unas bagatelas, cosas de nada)
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