En la noche de bodas, al fin, pudo conocer a su esposa. Fue posar los ojos en su rostro, recordar la cantinela de su madre: “a ti, mi cielo, te encontraremos una princesa” y poner los pies en la tierra: aquella mujer jamás sería una princesa pero era su mujer y ya empezaba a mirarle con curiosidad desde el otro lado de la habitación, eso por no hablar de su sonrisa.
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