Me sobresalté un
poco al oír cómo un cuerpo caía por la escalera y la casa quedaba en calma.
Cogí a Algodón, mi osito, y salí de la habitación para echar un vistazo. Mamá
estaba en el piso de abajo, en una posición rara; sin embargo, tenía que
asegurarme, memoricé todo lo que veía y me fui a la cama.
Al día siguiente, Algodón y yo
volvimos a la escalera. Después de mirar un buen rato, supe que no se había
movido nada y que tenía que llamar al 112, como nos habían enseñado en clase.
Cuando aquellos hombres entraron a
golpes en casa, me encontraron junto a mamá y a Algodón, llorando; de repente
sentía mucho miedo, temía que las cicatrices y los morados en su piel, que
siempre había ocultado a todos, en esta ocasión me delatasen.
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