Queriendo
matarse, no dudó en tirarse a las ruedas de aquel coche.
Empezó a ver imágenes de una vida y
también el muerto que dejaría detrás y el rictus triste de su rostro. Entonces,
el conductor frenó, él ganó unos segundos preciosos y la vida de la que era
espectador avanzó un poco más. Pudo comprobar, mirándola ahora en su conjunto,
que su historia no era tan mala como habría creído siempre.
Esa fue la razón por la que moriría
con una sonrisa en los labios.
Hay decisiones que, una vez tomadas, ya no tienen vuelta atrás. Al menos, una sonrisa se agradece siempre.
ResponderEliminarUn abrazo, María Luisa
Las sonrisas y las visitas y los comentarios, como los tuyos, se agradecen y agradecerán siempre. Pase lo que pase.
ResponderEliminarGracias