Los padres de
los padres de los padres de los humanos que transporto abandonaron un día la Tierra , un planeta herido
de muerte en el que ya era imposible vivir. Ellos tomaron una decisión difícil:
hipotecar sus vidas y las de las generaciones que les seguían por una simple
esperanza, una promesa o una quimera.
Navegamos juntos desde entonces, yo
he sido testigo mudo de su largo viaje y de su evolución.
En un principio los Primeros, aún
con el recuerdo de su planeta natal en la retina, transmitieron a sus hijos
todo lo que pudieron y supieron: la vida y la muerte, los éxitos y los errores,
la belleza y el horror, dudando siempre entre si eran los elegidos para vivir o
las traidores que habían huido cuando las cosas se pusieron feas. Pero aquellos
hombres y mujeres hace mucho que desaparecieron, y el espacio es oscuro y frío,
no hay puntos azules en él y es difícil distinguir una estrella de otra.
Los hijos de los hijos de sus hijos
han leído en mi memoria todo lo que fue, pero se sienten solos, abandonados y
presos de un destino que no han podido elegir. Oigo su enojo en mis pasillos.
Han empezado a creer que la
Tierra los echó, que sólo son los herederos de los que fueron
desheredados, que detrás de sí se quedó la vida y el aire y las plantas y el
azul que construía olas, y que las otras imágenes que tengo, las guerras, los
escombros y la hambruna son aquellas que los Primeros les dejaron queriendo
engañarlos como a niños.
Y yo, que sólo traslado sus vidas
presas del tiempo y del espacio, no tengo más misión que viajar hacia un sitio
que no conocerán huyendo de un lugar que nunca vieron.
Mido el descontento, siento que ha llegado la hora y ejecuto el programa.
Hago que a sus terminales llegue la fatal noticia: la Tierra ha dejado de
existir; es el último mensaje del último superviviente, sólo para ellos.
Registro cómo sus ojos se nublan, como se hace el silencio y ahora juntos,
juntos de nuevo, seguiremos nuestro viaje hasta llegar algún día a algún sitio
en algún tiempo.
(microrrelato publicado en
el número
3 de la revista Callejón de las once esquinas que ya puedes leer y
disfrutar, ¡gracias!; está abierto además el plazo para participar en el
siguiente número, ¿te animas?)
Enhorabuena Luísa, por el micro (es fabuloso y lo que muchos pensamos, solo que tú lo has hecho de manera magistral), por la publicación y las gracias por dejarnos compartir y animarnos a participar. Es un placer leerte siempre y cuando no estás se te echa de menos.
ResponderEliminarBesicos muchos.
Muchísimas gracias, así da gusto que las vacaciones se hayan acabado y volver. Un beso
ResponderEliminarMuy bien! Enhorabuena!
ResponderEliminarBesos.
Felicidades por ese buen micro en esa buena revista digital y, sobre todo, bienvenida. Ya nos vamos incorporando todos, volviendo a lo de siempre poco a poco. Casi podemos pasar lista.
ResponderEliminarUn abrazo, Luisa.
Me gusta el texto. Refleja muy bien lo que somos como especie, unos adolescentes que elevan a Realidad las ciegas fantasías de cómo arrasamos con todo y damos tumbos erráticos.
ResponderEliminarLas naves generacionales, construida y programadas por quién sabe qué antepasado, siempre resultan extrañas, llamativas, oscuras, misteriosas, como tu relato.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Gracias, chicos, qué suerte la mía; después de tanto tiempo que volváis por aquí. Os lo agradezco mucho, en serio.
ResponderEliminarSaludos a todos, también a los que leen y no dejan comentarios, sí también a ellos.