Una vez sentada
en el incómodo transporte colectivo, intento no pensar en el continuo dolor de
huesos que me recuerda que estoy vieja y viva. Elevo la vista y observo, el
mundo siempre ha despertado mi curiosidad y continúa haciéndolo.
Mis ojos
descubren, no demasiado lejos, a un hombre joven, alto, sin un gramo de grasa
de más, con un cuerpo elástico y atlético, quizás demasiado perfecto en su
normalidad, sin un pelo o un lunar, sin un defecto. Me quedo mirándolo. Sé
quién es y de dónde viene, como todos también yo he aprendido a reconocerlos.
Hace bastantes años que están aquí, pero me sigue gustando descubrir que no
pueden engañarme fácilmente, me gusta sentir que de algún modo aún estoy al
acecho. Espero un poco más, sólo un poco, hasta que llega el gesto, ese que lo
delata: ese pellizcarse la piel levemente para ajustársela mejor al cuerpo. No
puedo evitar en ese momento mirarme las manos, temblonas y arrugadas, llenas de
manchas, huesudas y débiles; y pensar que para él, en cambio, su piel será
siempre como yo ahora la veo, como lo es para todos esos seres que, llegados de
un planeta en llamas, acogimos después de no pocas reticencias y miedos.
Su piel artificial, perfecta, que no acaba de
ajustarse a sus cuerpos, que querría para mí, para ser otra y volver a soñar
con empezar de cero, y que me recuerda otra vez que: “muy a mi pesar, soy y
seguiré siendo humana, sin remedio”.
Qué impresionante encontrar un ser de esos!! Y que bien narrado!
ResponderEliminarBesicos muchos.
Me gustó la forma narrativa y el hecho de encontrarse con un extraño ser muy efectivo.
ResponderEliminarSaludos.
¡Qué bonito! Quisiera tres vidas para leer relatos así
ResponderEliminar