Habrán pasado unos veinte años, o quizás más, por eso
me ha costado reconocerlo en el mendigo que ha entrado en la cafetería; sin
embargo es él, sin duda, el hombre que mi corazón eligió amar pero que ya
entonces no tenía ni un duro en la cartera.
No deja de ser curioso cómo, después de tanto tiempo,
vuelvo a ser vulnerable y pequeña solo con verlo, a sentir estas ganas de
curarle las heridas; hasta que la voz de mi marido grita desde la cocina:
¿dónde crees que vas, mendigo de mierda? y dejo que lo eche, que la realidad
una vez más se imponga.
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