Cuando el
conductor perdió el control del coche, éste se salió de la autopista y acabó
estrellándose contra uno de los pilares de los puentes en los que vivimos los
desheredados. El golpe fue fuerte e, inmediatamente, empezamos a sentir
nostalgia por la vida que habíamos perdido; aquello eran un vehículo sin polvo,
un traje de buena tela y la música emitida por un programa de radio.
El Carnicero, en honor de la
profesión que había tenido, confirmó que el hombre estaba muerto y el
Veterinario nos recordó que un cerdo y un humano eran anatómicamente iguales.
Rápidamente, sin apenas intercambiar palabras, cada uno de nosotros empezó a
hacer lo que fuera que hiciese antes de que la sociedad lo expulsase y yo,
mientras esperaba a que acabasen, me sentí orgullosa de poder ver en mis
compañeros a unos profesionales bien preparados.
Como no podía ser de otro modo, todo
acabó sirviendo para algo. Después yo limpié los charcos de grasa de motor y de
sangre, dejando como siempre el puente
impecable.
(microrrelato
incluido en “Menguantes”, libro que puedes descargarte en este enlace)
Del cerdo todo se aprovecha...
ResponderEliminarUn abrazo.
Un relato que es todo un ejemplo de eso que llaman la cultura del reciclaje.
ResponderEliminarUn abrazo, Luisa
Del cerdo, de los cerdos (algunos en coche), hay que aprovecharlo todo y saber hacerlo, claro.
ResponderEliminarMuchísimas gracias, chicos, y buenos días