9 de enero de 2019

La chicharra


Desde hacía años visitaba a mi madre en la residencia de ancianos, todos los sábados, sin faltar nunca; aunque no me miraba, no me hablaba y no daba muestra alguna de saber que yo era su hija.
Mi frustración iba en aumento pero, aun así, cada siete días, entraba de forma mecánica en la sala multiusos del edificio y me sentaba junto a ella. Le contaba alguna cosa, miraba el reloj y me iba.
Un día, por error, me senté junto a una anciana que se le parecía.
Desde entonces voy a visitarlas a las dos, en diferentes días. Si bien, de un tiempo a esta parte, disimulando todo lo que puedo para que no se me enfaden, he empezado a buscar de reojo una persona más a quien no le importe escucharme. Tengo libres aún como unos cinco días cada semana.

2 comentarios:

  1. Ummm... puede que ese error no fuera tanto error sino premeditación a ser escuchada. Muy bueno. Saludos.

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  2. El que da también recibe.
    Muy buen relato, Luisa.
    Un abrazo

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