Mientras miro como duerme, pienso
que nunca fue un buen marido, que intentaré que sea un buen padre y que yo solo
soy el fantasma de la mujer que fui. Me acerco a su oído, le susurro todo tipo
de consignas, consejos y amenazas y espero que las palabras calen en su cabeza.
Creo que puedo estar contenta. Ha
dejado de gritar a los chicos sin motivo alguno aunque ha adquirido un tic:
mirar por encima de su hombro a todas horas. ¡Qué suerte que no me vea!
El miedo es uno de los mejores maestros.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Brrrrr...
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