Sentado al borde del acantilado, desde el cual veíamos
cada día alejarse más y más la orilla del mar, encontré, cierto día, un niño.
Me puse a su lado, imitando su posición de dejar
colgar las piernas hacia el vacío y perder la mirada en el horizonte.
Pasaron así varios minutos, durante los cuales mi
corazón se retorció de angustia, pensando en el breve futuro que tenía por
delante aquél niño, en vista de que las enormes naves grises parecían haber
acelerado el ritmo de extracción de agua y, no contentos con vaciar los
océanos, enviaban naves más pequeñas para hacerse con los ríos, arroyos y
lagunas, y eso ya tocaba la supervivencia: sin agua dulce, el fin sobrevendría
en cuestión de días.
Cuando logré arrancarme de mis pensamientos agoreros,
me volví hacia el niño. Él siguió con su mirada firme, en un punto perdido en
la nada, totalmente ajeno a mis previsiones fatales. ¿O no…?
Al recorrer su figura con la mirada, reparé en sus
manos. Estaban sucias, embarradas, incluso en su ropa había restos de barro,
que no se había molestado en retirar. Tal vez mi curiosidad hizo que girara su
rostro hacia mí, y en el fondo de sus ojos clarísimos descubrí una misteriosa
alegría, sólo parecida a la que reflejaban mis propios ojos cuando, siendo
niño, volvía a mi casa tras alguna aventura, especialmente si tenía que ver con
algo “prohibido”…
Se
miró las manos y volvió a enfrentar sus ojos con los míos, con un aire de
orgullo mal disimulado.
De sus labios no salió ningún sonido pero, en el
centro de mi mente, pude escuchar con claridad lo que me decía:
— Es la primera, y tal vez sea la única vez que mis
manos tocan el barro. Es imposible describir las sensaciones que me produjo ese
instante de sencillez y libertad. Esta alegría me va a durar mucho tiempo.
Valió la pena correr todos los riesgos, y valdrá la pena enfrentar la
reprimenda y el castigo que mi madre allá, en la nave principal, quiera
imponerme.
Petrificado, sin reacción posible, sólo pude verlo
levantarse y “escuchar” sus últimas palabras:
— Ya debo irme. Adiós.
Autor: Hugo
Jesús Mion
(¿sabes
que estamos escribiendo una novela entre todos?, ¿quieres participar?; descubre
cómo)
Empieza a crecer, poco a poco, pero lo hace.
ResponderEliminarLa próxima semana también un capítulo de un autor que no soy yo, justo lo que buscaba.
Estupendo!!!
Siempre es un honor ver mis letras en tu blog... Y que todos se animen a participar.
ResponderEliminarMe gusta el texto y me gusta cómo, aunque no encaje como un texto unitario, sí que se ve cómo confluyen.
ResponderEliminarGracias, Miguel. Al tratarse de una novela, como propone Luisa, no creo que tengan que ser textos unitarios...
EliminarNo, no, por supuesto eso es prácticamente imposible. Pero esa eso es un punto fuerte de tu texto. Encaja perfectamente sin necesidad de seguir frase a frase.
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