La madrastra, aparte de dos hijas feas
y bastante mal humor, tenía una biblioteca a la que solo dejaba entrar a
Cenicienta con el único propósito de que limpiase el polvo. La joven, aun
cuando tenía demasiado trabajo, pronto supo encontrar en aquella habitación una
oportunidad para olvidar su día a día, disfrutar de los breves periodos de
soledad y alejarse de las caprichosas órdenes.
Fue entonces, por casualidad, cuando
descubrió los cuentos clásicos.
Con sorpresa leyó que su destino estaba
escrito y, como era muy trabajadora, se preparó para afrontarlo; así estudió la
historia del país que reinaría, se formó en diplomacia y relaciones
internacionales, aprendió un par de idiomas y decidió que sería una reina
discreta y cercana.
Después llegó, como todo el mundo sabe,
lo del baile y el zapato.
Y comieron perdices y fueron felices, y
lo hubiesen sido más aún, si en el cuento hubiese quedado más claro ese
fetichismo enfermizo que dominaba a su marido y que era mencionado como de
pasada.
Bueno... Siempre es mejor la experiencia directa... ¿no?
ResponderEliminarSaludos,
J.