Aprendí muy pronto que las palabras no dicen lo que parecen a simple vista. Por ejemplo, mi padre decía “es hora de decir buenas noches e irse a dormir” y después era él quien venía a entretenerse conmigo sin importarle que yo tuviera sueño o no; o mi madre, ella me echaba de la habitación en la que estábamos los tres con un “vete, esto es una conversación de mayores” y acababan en la cama o gritándose pero nunca hablando. También es cierto que a veces las personas hacen preguntas imposibles de responder y es preciso aprender a improvisar, eso es lo que viene a ocurrir cuando alguien dice eso de “¿a quién quieres más, a papá o a mamá?”, cuestión que solo debería de abordarse si es que en realidad quieres a alguno.
Lo cierto es que, en cuanto pude, salí de la casa de
mis padres, dije aquello de “voy a comprar tabaco” y empecé a buscarme la vida.
Después, con el tiempo, supongo que he aprendido a utilizar las palabras más o
menos como hace el resto del mundo, pensando una cosa, diciendo otra y
esperando sin embargo que me entiendan, contesten y hasta comprendan un poco.
No obstante y en mi defensa, he decir que para las
cosas importantes, para lo que realmente cuenta, sigo prefiriendo llamar las
cosas por su nombre, usar las palabras adecuadas, sin dobleces ni secretos; lo
que me lleva a hacerte de nuevo la pregunta que ya conoces de sobra: sé que te
hago daño con cada nueva herida, lo sé porque sangras, lloras y gritas pero
¿podrías ser algo más concreta?, ¿podrías explicarme cuánto y cómo te duele, de
qué forma? Solo pararé cuando me lo digas.
Me ha tocado este microrrelato pero no sé encontrar las palabras adecuadas para explicarte por qué.
ResponderEliminarAbrumador. No se puede lastimar dos veces si se lastima tanto de una u otra manera.
ResponderEliminarSaludos les dejo.
La crueldad en su máxima expresión
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