Los
cazadores me estaban pisando los talones y, antes que ellos, sus perros.
Corría
todo lo que podía y, mientras lo hacía, mis ojos creyeron ver una vieja
portando una manzana, una calabaza transformarse en carroza, un joven
desapareciendo bajo el peso de una capa, un zapato de cristal, una rueca, un
gato con botas, una varita mágica.
Corría
sin parar, no podía pararme, mientras mis ojos registraban todo aquello
extrañada. ¿Había muerto ya? ¿Deliraba acaso? ¿Qué realidades eran aquellas?
Frente
a mí surgió una pequeña casa, en la que entré a la carrera. Mi gesto de terror,
supongo, conmovió a la anciana que vivía en ella, quien me prestó un camisón y
me escondió bajo las mantas.
Lo
siguiente que recuerdo fue la voz de la niña:
-Hola,
abuelita.
(microrrelato publicado en el número 11 de
Plesiosaurio, en el volumen 3, en la Antología de minificción española e
iberoamericana en redes; sí, son tres volúmenes, y os dejo el enlace para que lo descarguéis y disfrutéis con
calma)
Solo puedo decir que me ha encantado.
ResponderEliminarUna inmersión en el mundo de los cuentos hecha con mucho oficio.
ResponderEliminarMe descargaré la revista.
Gracias y un abrazo, Luisa