Durante años me harté del rumor de
las olas y del canto de los pájaros, de asustar a los conejos o de ver crecer
las plantas; por eso, nadie más que yo ha disfrutado del ruido de las grúas y
de las voces de los obreros, del cambio profundo que ha herido el odiado paisaje.
Hoy he visto a una joven clavar una sombrilla en la
arena de mi playa, tumbarse, ponerse unos auriculares y cerrar los ojos, al
tiempo que el pegajoso perfume de su bronceador comenzaba a saturar el aire en
el que floto. Así es como he recordado la razón por la que subí a aquel barco y
lo solo que estando a tu lado me sentí siempre.
La de la compañía inadecuada es la peor de las soledades.
ResponderEliminarSaludos,
J.